Visión Encinta (Voces Literarias)
El Barco Ebrio
Jean Arthur Rimbaud publicó su extraordinario poema en l871, cuando apenas contaba 17 años de edad. Se lo dio al vagabundo, borrachín, putañero, cacorro y sugestivo poeta Paul Verlaine que le llevaba diez años de edad y tres libros. La experiencia vital de un ser humano a los l7 es poca. Pero la genial intuición del metafórico Rimbaud prefigurará en El Barco ebrio terribles sufrimientos que le sucederán mucho tiempo después. Cuando lo asaltó la musa no le había probado la paciencia un gran infortunio. Verlaine, que lo comprendió de inmediato, que abandonó mujer e hijo para irse de Francia con el impar adolescente, a vivir intensa e infernal temporada, no soporta incisivas palabras del niño genio y le mete un par de balazos. Verlaine a la cárcel. Rimbaud, al salir del hospital y manuscribir unas cuantas cuartillas, decepcionado de la rastrera y ritual indiferencia (“la palabra sin eco…”), renuncia a la literatura y se dispone a vagar por el mundo, viviendo de impropios oficios: soldado, traductor de un circo ambulante, contrabandista, traficante de armas, mercader de marfil, exportador de café y cueros, geógrafo… España, Italia, Alemania, península escandinava, Grecia, Sumatra, Java, Egipto… En 1890, en Etiopía, se hiere al caer de un caballo y un médico abisinio, paisano y amigo de la mujer con la que cohabita entonces el poeta, le diagnostica un cáncer. A duras penas vuelve a Francia, tras muchos años de ausencia. En el primer hospital donde acude, en Marsella, le amputan la pierna derecha. Meses de abatimiento. El cáncer está escondido. Cojo, sale del hospital y quebrantado, en muletas, atraviesa el país con el deseo de ver a su familia. Logra hallar una hermana. Enternecimiento. Dulzura. ¡E ironía! Rimbaud es una celebridad. Siete años atrás Verlaine ha publicado su famoso juicio crítico Los poetas malditos, donde se mete bajo el anagrama Pauvre Lélian. En ese libro trascendente incluye El Barco ebrio que, a partir de ahí, navegará por todas las aguas dulces, sensibles y saladas de la Tierra, sin naufragio alguno. Mientras la nave avanza en su periplo, al insigne autor, que soporta fieros dolores, lo derrota el implacable morbo. Y a los 37 se va, 20 años después de haber creado el barco en el cual se transmuta, con el que se confunde. Abur, marinero.
Voy a tomar uno de los 25 cuartetos para debilitarlo en castellano, a ver si en mi lengua comprendo mejor al maldito genio.
“Mais, vrai, j’ai trop pleuré! Les aubes sont navrantes,
Toute lune est atroce et tout soleil amer:
L’âcre amour m’a gonflé de torpeurs enivrantes.
O que ma quille éclate! O que j’aille à la mer!”
Pero, de verdad, ¡mucho he llorado! Las albas son lacerantes,
Toda luna, inhumana y todo sol, amargura:
El áspero amor me llenó de azoros mareantes.
¡Oh, que mi quilla se astille! ¡Oh, que me ligue a la mar!
©Jaime Perea R. –Colombia-
Jean Arthur Rimbaud publicó su extraordinario poema en l871, cuando apenas contaba 17 años de edad. Se lo dio al vagabundo, borrachín, putañero, cacorro y sugestivo poeta Paul Verlaine que le llevaba diez años de edad y tres libros. La experiencia vital de un ser humano a los l7 es poca. Pero la genial intuición del metafórico Rimbaud prefigurará en El Barco ebrio terribles sufrimientos que le sucederán mucho tiempo después. Cuando lo asaltó la musa no le había probado la paciencia un gran infortunio. Verlaine, que lo comprendió de inmediato, que abandonó mujer e hijo para irse de Francia con el impar adolescente, a vivir intensa e infernal temporada, no soporta incisivas palabras del niño genio y le mete un par de balazos. Verlaine a la cárcel. Rimbaud, al salir del hospital y manuscribir unas cuantas cuartillas, decepcionado de la rastrera y ritual indiferencia (“la palabra sin eco…”), renuncia a la literatura y se dispone a vagar por el mundo, viviendo de impropios oficios: soldado, traductor de un circo ambulante, contrabandista, traficante de armas, mercader de marfil, exportador de café y cueros, geógrafo… España, Italia, Alemania, península escandinava, Grecia, Sumatra, Java, Egipto… En 1890, en Etiopía, se hiere al caer de un caballo y un médico abisinio, paisano y amigo de la mujer con la que cohabita entonces el poeta, le diagnostica un cáncer. A duras penas vuelve a Francia, tras muchos años de ausencia. En el primer hospital donde acude, en Marsella, le amputan la pierna derecha. Meses de abatimiento. El cáncer está escondido. Cojo, sale del hospital y quebrantado, en muletas, atraviesa el país con el deseo de ver a su familia. Logra hallar una hermana. Enternecimiento. Dulzura. ¡E ironía! Rimbaud es una celebridad. Siete años atrás Verlaine ha publicado su famoso juicio crítico Los poetas malditos, donde se mete bajo el anagrama Pauvre Lélian. En ese libro trascendente incluye El Barco ebrio que, a partir de ahí, navegará por todas las aguas dulces, sensibles y saladas de la Tierra, sin naufragio alguno. Mientras la nave avanza en su periplo, al insigne autor, que soporta fieros dolores, lo derrota el implacable morbo. Y a los 37 se va, 20 años después de haber creado el barco en el cual se transmuta, con el que se confunde. Abur, marinero.
Voy a tomar uno de los 25 cuartetos para debilitarlo en castellano, a ver si en mi lengua comprendo mejor al maldito genio.
“Mais, vrai, j’ai trop pleuré! Les aubes sont navrantes,
Toute lune est atroce et tout soleil amer:
L’âcre amour m’a gonflé de torpeurs enivrantes.
O que ma quille éclate! O que j’aille à la mer!”
Pero, de verdad, ¡mucho he llorado! Las albas son lacerantes,
Toda luna, inhumana y todo sol, amargura:
El áspero amor me llenó de azoros mareantes.
¡Oh, que mi quilla se astille! ¡Oh, que me ligue a la mar!
©Jaime Perea R. –Colombia-
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